La última acrobacia de Guadalupe Miranda

El número que preparaba Guadalupe Miranda Videla, el que iba a ser su rentrée en el circo tras seis años ausente, era una acrobacia con telas al ritmo del Tango de Roxenne, la adaptación que se hizo para la película Mouline Rouge del tema de Police. Guada lo venía ensayando en las últimas semanas del confinamiento, en Beasain (Guipúzcoa), donde El Circo Italiano ha estado parado en espera de que la pandemia del coronavirus se contuviera y pudieran levantar el telón.

En circunstancias normales, los ensayos se hubieran realizado con Guada suspendida a 10-15 metros de altura en la carpa central. Pero como ésta no estaba montada, se utilizaba una grúa a la que sujetaban las telas y la acróbata sólo se elevaba un par de metros del suelo. Mucho más seguro aparentemente. Guada iba a añadir a su número una nueva pirueta y el pasado 19 de mayo la practicaba por primera vez.

« Según me cuentan del circo allá, cayó de un metro y medio, cayó fuera de la colchoneta, porque tenía una colchoneta abajo, y golpeó su cabeza en el piso. Son cosas que pasan en la vida, los artistas de circo siempre estamos propensos a tener un accidente. Yo una vez me caí del alambre, 16 años tenía, y gracias a Dios sólo fue un magullón, un golpe. Me caí de 11 metros. Y éste fue un accidente que lamentablemente me llevó a mi hija. O sea, la fatalidad de la vida ».

Enrique Miranda, el padre de Guadalupe, equilibrista en su juventud, ahora payaso de nombre artístico Chocolate, habla de la muerte de su hija con la resignación de quien convive diariamente con ese peligro. Es el dueño del Circo Bluestar, patriarca de una extensa saga circense. Estos días está en Buenos Aires, donde tiene sus raíces la familia, y donde ha sorprendido a su circo el confinamiento.

Una familia de acróbatas

Guadalupe, cuenta, era la número 10 de 11 hermanos, todos acróbatas. « Y tengo 16 nietos y dos biznietas. Tres nietitos son enanitos y dos biznietas enanas, porque uno de mis hijos se casó con una enanita de circo », cuenta para ilustrar los fuertes lazos familiares con el circo.

Guadalupe era la cuarta generación de artistas circenses argentinos si recorremos su árbol genealógico por la rama materna: Chavela, la madre, fue trapecista; el abuelo, Osmar, payaso, como el bisabuelo José, inmortalizado en el álbum familiar con un diminuto sombrero bombín, zapatones y pantalones 10 tallas más grande, sujetos con tirantes.

Nació el 8 de mayo de 1991 en Montevideo (Uruguay), donde estaba de gira entonces el circo de sus padres. « Lupita comenzó de muy pequeña haciendo fuerza capilar, se colgaba de los cabellos y hacía contorsiones. Y a partir de los 12-13 años, el hermano mayor de los varones le enseñó el número de tela y ahí comenzó hacer acrobacias de telas », recuerda sus primeros pasos Enrique Miranda. « Lupita era terrible, le gustaba todo, se metía en todo, todos los números que había en el circo los quería hacer ».

Era también la más inquieta de sus hijos y desde muy pronto manifestó un deseo irrefrenable por viajar. « Me salió trotamundos. Lo que no pude hacer yo de joven, por quedarme al lado de mi madre, lo hizo ella. Le encantaban los paisajes, le encantaba el bosque, le gustaba vivir la vida libre », dice su padre.

Viajera y contorsionista

Comenzó a ver mundo trasladándose con 18 años a Brasil para trabajar en el Circo Rodas, propiedad de su madrina. A los 23 cogió definitivamente la mochila y dejó el circo atrás. Recorrió Brasil, Perú, Ecuador, México, Panamá, Australia…

En Perú conoció a Dai, argentina y viajera como ella, su primera amiga fuera del circo. Dai recuerda cómo llegaron a Panamá con lo puesto; Guada con cinco dólares en el bolsillo: « Ella hacía contorsionismo en los semáforos y así sacaba 12-15 dólares al día ».

En su paso por México se cruzó con Eli, otra argentina de la que también se hizo íntima. El tiempo que estuvo allí montó una escuela para enseñar acrobacia con telas a niños.

De izqda. a dcha, Enrique Miranda (padre de Guadalupe), Osmar Videla (abuelo) y José (bisabuelo).
De izqda. a dcha, Enrique Miranda (padre de Guadalupe), Osmar Videla (abuelo) y José (bisabuelo).EL MUNDO

« La Guada era muy hábil, nunca desde que la conozco vi que errara en ningún movimiento. Nos sorprendió mucho que se accidentase », dice la amiga. « No esperaba que le pasara algo así y menos por como era ella, con mucha vida, alegre, divertida, todo el tiempo haciendo muecas, bailando… Era como una niña ».

Le sigue al periplo vital de Guadalupe un tiempo en el que se asentó en Ushuaia, la ciudad más austral de Argentina, considerada la puerta de entrada a la Antártida. Es común entre los trabajadores de las estaciones de esquí argentinas aspirar a pasar el verano de allí trabajando en Andorra, bien situada además como trampolín para conocer Europa.

« En mis venas hay circo, circo, circo »

En octubre pasado, Guadalupe Miranda se instaló en Andorra y se empleó en un restaurante francés en el que no estaba contenta. Cuando a finales de febrero llegó a la ciudad un circo, entró en sus instalaciones y pidió trabajo. « En mis venas no hay sangre, hay circo, circo, circo », le dijo a su amiga Dai para explicarle por qué quería regresar al mundo del espectáculo.

« Estaba trabajando en un restaurante en Andorra la Vieja y allí apareció un circo. ‘Papa, mira, yo me voy a ir el circo de vuelta porque es…’. Lo que a ella le gustaba, aparte de ser familia del circo, ella amaba y adoraba el circo », cuenta el padre.

Los propietarios de El Circo Italiano le dijeron que sí antes de desmontar y seguir su camino. Guadalupe los alcanzó en Egea (Zaragoza) y se incorporó a la plantilla. El 9 de marzo llegaron a Beasain con la intención de actuar entre el 13 y el 15 en lo que iba a ser su estreno. El estado de alarma lo paralizó todo.

Donante de órganos

En las últimas semanas, sin embargo, con la perspectiva de que se iba a relajar el confinamiento, habían reanudado los ensayos. Guadalupe perfeccionaba el Tango de Roxenne.

El día después de la fatal caída, el 20 de mayo, Guadalupe fallecía en el hospital de San Sebastián, donde ya había ingresado en coma.

« Quisiera que quede resaltado que Guadalupe vivió su vida como le gustó, viajando, orgullosa de ser artista de circo y yo, como papá, muy orgulloso de mi hija porque tenía una bondad y un corazón muy grandes. Me contó una vez: ‘Papá, yo voy a donar mis órganos el día que yo no esté ». Y más orgulloso estoy yo por haber firmado para donar los órganos de mi hija para que viva en otros cuerpos. Mi hija partió, pero le dio vida a seis personitas, tengo entendido que tres o cuatro niños, y tres adultos. Es lo único que quiero antes de partir yo y morirme: que alguien me llame y diga ‘tengo su corazón’, que otra persona me diga, ‘tengo su cornea, veo por Guadalupe’. Antes de partir quisiera eso, recibir una llamada y que me digan estoy viviendo por Guadalupe », dice su padre.

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